JEAbello Escritor

Él mismo dijo en una entrevista, "el haber leído de nuevo "El Quijote " me despertó mi faceta como escritor en dónde podremos conocer , "mis sentires" sobre distintos temas sobre la vida."

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Octubre.2003 | 00:00

Revista  Rolling Stone Colombia
Mi nombre es Nadie
... Y perdona por lo del Tuteo
Shumacher puede ser muy campeón, pero es detestable.
Michael Schumacher, nunca, créeme, nunca serás un Rolling Stone, así pilotees un Ferrari a 350 km/h. Si Andy Warhol te hubiera conocido, hubiera serigrafiado tu versión pop en marrón. Sí, eres el campeón, de acuerdo, seis veces campeón, vale, le hiciste morder el polvo a Fangio, me lo aguanto; rompes estadísticas en cada carrera y luego das declaraciones a la prensa en tu inglés “British” de niño educado, lo acepto; tienes lo que los entendidos llaman “suerte de campeón”, pero pasarás a la historia, por lo menos para mí, como el campeón más aburrido de todos los tiempos, eso sin contar con que le ganaste a Montoya (el sí con sangre en las venas, no con “chucrut” como tú), rebasando en bandera amarilla sin ser penalizado. Mi querido Michael, no confío en ti, no puedo confiar en alguien que juega partidos de beneficencia y corre a toda mierda, como si estuviera apretando un fríjol con las nalgas. Si David juega fútbol adornando su trasero con los calzones de Victoria, yo estoy seguro que tú lo haces con el corsé de tu abuelita. 

Eres un largo bostezo en la tarde después de una sopa de calabaza. Estoy seguro que en tu intimidad y cuando nadie te ve, mientras caminas por el cuarto de un hotel cualquiera, con tu andar sonámbulo y estacado, te embelesas oyendo al Julio Iglesias de los teutones, que gracias a Dios no canta, pero eso sí a punta de salticos roedores y varias horas de champú y secador, se dedica a torturar al pobre de Strauss con sus valses de satín rosado. A todo volumen debes poner a André Rieu, mientras se te va la mirada y se te escurren las medias de nailon que llevas apretadas hasta las rodillas. Algún día te producirán várices y, atestado de euros, en una isla del Caribe las mostrarás sin pudor, adornado de unas buenas chanclos azul fosforescente como para parecer un lugareño más, mientras tu última “ experiencia antropológica” te acaricia la espalda al compás de Richard Clayderman, que estoy seguro es otro de tus preferidos. 

Dale gracias a Ayrton, que se fue antes de tiempo, a Enzo que se inspiró y al dueño de la Fórmula 1, que es capaz de hacer llover con tal de que tus llantitas Bridgestone, que sólo sirven en el agua anden más rápido que las de Montoya, que ese sí y para que lo vayas sabiendo, es un “varón” no “rojo” como tú Schumi, sino un varón de los de verdad. Además quiero contarte que, “Schumi” por estos lares es un marrón o rulo que se ponen las señoras en la cabeza para el pelo. 

Tú, Mickey eres el Mouse de Europa, y vas caminando por la vida de la mano de Walt Disney, porque ganaste la Indianápolis, una fantasía que ni yo me creo. 

Debes estar aún riéndote a mandíbula batiente (para eso la tienes bien grande), de Montoya y Kimi, pero quiero que sepas algo, desde acá, desde un lugar que jamás conocerás, donde tus adenoides nunca se maltratarán por la contaminación, desde este continente inventado y amañado por el tiempo, repleto de sudacas morenitos pero valientes, quiero decirte que eres el tipo más ABURRIDO que he conocido en mi vida, te escapaste del museo de cera de Madame Tussaud y, que cuando recibas los laureles por el sexto título va ser tan jarto como un partido de Scrabble en un internado de monjas. Michael Schumacher, has hecho de la adrenalina de la Fórmula 1, un desabrido y melancólico jugo de apio. 

Felicitaciones por lo de tu campeonato... ¡ah! y perdona por lo del tuteo, Schumi.


Por Jorge Enrique Abello

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01.11.2003 | 00:00

Revista  Rolling Stone Argentina
Breve historia de la guerra
Los recuerdos, eso es lo que matan las balas
Todavía recuerdo mi primer día de colegio. 1973 se despertaba con las lluvias de febrero y Vietnam se le desmoronaba en las manos a Nixon, que como todos los mentirosos aún seguía sonriendo, como si nada hubiera pasado, pidiendo excusas de antemano. Así me miró mi profesora de kinder, la bella Beatriz, mientras me abría de par en par las puertas del "Averno" por primera vez, con un movimiento rítimico de su minifalda escocesa y de su larga cabellera negra atrapada en el tiempo por una balaca de nácar.
Me recuerdo plácido sobre una montaña de sábanas y ropa limpia, envuelto por el vapor somnífero de la plancha de María Luisa y escuchando por la radio Las aventuras de Kalimán y el pequeño Solín.
Recuerdo el mundial del 78, en blanco y negro, con Kempes corriendo como un búfalo salvaje a través de una cortina de millones de papelitos picados. Recuerdo la palabra "replay" y la conciencia absoluta de no saber qué era el fútbol.
Recuerdo las manos de Francisca, mi nana, ásperas de trabajo y calidas de amor para mí.
Recuerdo la primera vez que me llevaron a cine, el pánico de la oscuridad, la resonancia de las bocinas en mis oídos, la vida pasándome al frente y de mentiras, enmascarada bajo el rostro angelical de Liz Taylor.
Recuerdo mi primera pelea, el olor de los pinos, los demás niños rodeándome, el miedo a hacer daño , el sabor metálico de la sangre, las lágrimas, las caras que se me acercaban una detrás de otra gritando "¡bronca!", el sonido sordo de los nudillos contra la cara, la descarga, la caída del contrario, el temblor de la victoria y lo prohibido, el frío de la sala de espera en la oficina del director de disciplina, la sonrisa socarrona del delito.
Recuerdo a mi padre halándome de la mano hacia el ataúd de mi abuelita para darle el último adiós. En sus manos un rosario, sus ojos en fuga con los párpados apretados habían delatado el miedo del salto hacia el sueño final.
Recuerdo a mi amigo Gustavo y su bicicleta de cross, también recuerdo la bicicleta tipo "monareta", con canasta y sin barra delantera de su hermana Sandra; la recuerdo porque en ella nos volábamos a recorrer el barrio, en silencio y a toda velocidad. Gustavo escapaba de su casa y yo de la mía. Regresábamos al atardecer llenos de barro y bañados de viento.
Recuerdo mi primera fiesta en la casa del "Pato" Aya, rayando el alba de los ochenta, al ritmo de Queen y las primas de Juan Pablo Nieto. Recuerdo mi primer beso igual que mi primera pelea: temblando y victorioso en la antesala de lo desconocido.
Recuerdo la flauta de mi amigo LuisFer, la que él ya olvidó, yo la recuerdo porque un día mientras yo lloraba me habló de Bach y me habló de mí, no me olvido, no quiero olvidar.
Recuerdo graduarme del colegio, pero se me olvidó la universidad.
Recuerdo el día en que me casé, recuerdo las luces de las bombillas eléctricas chocando contra el agua del río Cali para bañarlo de color. El barrio La Flora, cubierto de samanes y una bella mujer de 20 años prometiéndome el amor eterno de sus labios.
Recuerdo la noche en que llegó mi hija, un 12 de febrero a las nueve y veinticinco. Yo estaba rodeado de once mujeres, entre médicos y enfermeras, afuera llovía dulcemente mientras ella nacía. Adentro, mi corazón se aceleraba, se detenía y volvía a latir de nuevo por ella.
Recuerdos, sólo recuerdos, los que destrozan las balas cuando matan a un hombre. Esto es lo que debió ver desaparecer el soldado gringo número cien que murió hace unos días en Iraq, esto es lo que ven evaporarse por los cañones, los miles de niños que hacen parte de la guerra de mi país, Colombia. Esto es lo que matan todos los días y en todo el mundo aquellos que nos mienten y le dan una razón, un sentido a la guerra, los que con una sonrisa de que nada ha pasado y pidiendo disculpas de antemano aprietan el botón que nos deja yertos, secos y sin los sueños del pasado.

Por Jorge Enrique Abello

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01.04.2004 | 00:00

Revista  Rolling Stone Argentina
Pesadillas de un insomne
¿Quién es el causante de tanto miedo?
Es tarde, mi mujer ya se ha entregado al sueño, una sirena lamenta con su canto la noche, no tiene dientes verdes, ni habita en el agua, pero en su panza lleva a un hombre moribundo, así cantando lo anuncia, un perro le ladra para espantarla, no es de los míos, ellos también duermen. Reviso que mi hija esté bien cubierta, la noche es fría. Sin más remedio apago la luz y sin quererlo trato de conciliar el sueño que se me escapa por todos los poros, cierro los ojos y temblando recibo la visita indeseada, "the nightmare" como la bautizaron los anglosajones, "la yegua de la noche" en su nombre poético o la pesadilla, como comúnmente la solemos llamar. Se hace a un espacio en mi cama y me abraza dulcemente y al oído comienza a murmurarme todos los miedos; hipnotizados, mis ojos se abren y entre las sombras veo el cuerpo de una mujer inerte cubierta de escombros, con los brazos desmadejados en cruz, cerrados los puños por la impotencia, la boca abierta llena de tierra hasta los labios y la mirada detenida.
La dama de la noche me conoce y sabe que quiero escapar a su sombrío encanto, me toma de las manos como a un hijo y me lleva por el sendero que no quiero recorrer, para mostrarme pequeños ataúdes blancos, con ángeles amortajados que jamás volverán a volar, con sus ojitos hinchados y las manos destrozadas por la peste de la violencia que no perdona a nadie... me susurra al oído, "hombre lobo para el hombre"... hombre-lobo. Veo hombres con hondas lanzando piedras y otros hombres que les contestan con balas, los veo a todos cubiertos por fuego, sé que no es el infierno, esto es obra del hombre. No quiero ver más, ella sonríe y deja escapar su aliento helado como brisa de madrugada y me pregunta que si quiero saberlo, que si quiero saber quién está detrás de todo esto, de los gritos, de las lágrimas, del horror de la desesperanza; quién es el dueño de la tempestad, quién ha decidido tomar la máscara de Dios y ocultar su rostro en ella para señalar quién morirá mañana.
Me pide que me siente, justo al frente y sentado cara a cara está el otro, el asesino, el destructor, y me pide que le hable, no quiero, no puedo hacer nada, ni salvar a nadie, quiero despertar pero la vieja dama me lo impide y cantando se aleja dejándome solo frente al monstruo. Sé que la única forma de escapar es prendiendo la luz y de regreso en mi cuarto, en el sobresalto de la resurrección, darme cuenta de que todo era una pesadilla, y olvidar, por encima de todo olvidar... pero no puedo, él prende la luz primero y quedo preso en mi sueño que es su vigilia. Quedo pasmado frente al ángel exterminador, que seguro me devorará, abro los ojos para ver mi último momento como si fuera una bocanada de aire y lo veo... del otro lado de la mesa, con la mano aún sobre la lámpara, absorto y mudo me veo, muerto de miedo, a mí mismo mirándome como para reconocerse.


Por Jorge Enrique Abello

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17.11.2009 | 00:00
Revista  SOHO
¿Por qué crecen pero siguen jugando VideoJuegos como si fueran Niños?

El asunto es fácil y complejo a la vez, como todo lo relacionado con nosotros. Añoramos lo que perdemos y nos aburre lo que conquistamos. El síndrome de la "Gata Flora", según los argentinos, describe la esencia del hombre 'juguetón': "A la Gata Flora si se lo meten grita, si se lo sacan llora", dicen ellos. Crecemos para madurar y luego de madurar en un ataque de iluminación, concluimos que lo mejor era ser niños.

Es como emprender el camino y, ya en la meta, entender que el verdadero sentido del recorrido era la devuelta. Mejor dicho, crecer termina siendo comprar un pasaje de ida y vuelta a la infancia. Hay algunos que se lo toman muy a pecho y terminan siendo criados por sus hijos, cuidados por sus esposas-mamás o como, en mi caso, vestidos del colegial rebelde que nunca pudimos ser y mirándonos como el héroe que admirábamos en nuestra infancia y no como el barrigón que realmente somos.

Ni aquí ni allá, el hombre es el único que camina para darse cuenta de que su meta estaba en la largada. Por eso el hombre juega, porque en el juego está implícito el regreso. Una tarde de sábado con amigotes, sin tiempo, al ritmo del PlayStation, blasfemando y eructando, riéndose de los fracasos y emparentado en sueños con la última portada de SoHo puede ser el paraíso más próximo de un hombre común y corriente.

Hace poco entré a un almacén que era una juguetería para adultos, repleta de trenes eléctricos, pistas de carreras, soldaditos de plomo y G.I. Joes. Estaba el Halcón Milenario a la escala exacta del que usaron para filmar Star Wars, la cual repetí durante 11 días seguidos en las vacaciones de mitad de año del 77. Cuando lo vi sentí lo mismo que hace más de 30 años cuando estrenaron el capítulo IV de la saga, que "todo es posible".


Por Jorge Enrique Abello

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Obra
Año
Clase
Cuando la Muerte soñó ante el Espejo.
1987
Pieza de Teatro Inédita
Breve Historia de la Guerra.
2003
Revista “Rolling Stone”
¿La Estatua de la Libertad, por favor?
2003
Revista “Gatopardo” (Colombia)
Mi Nombre es Nadie.
2003-2004
Revista “Rolling Stone” (Colombia)
Pesadilla de un Insomne.
2004
Revista “Rolling Stone”
¿Por qué crecen pero siguen jugando Video Juegos como si fueran Niños?
2009
Revista “Soho” (Colombia)